No hay duda de que estamos viviendo tiempos impredecibles. Hace solamente algunos meses atrás jamás pensamos que este año traería los retos que hasta ahora hemos enfrentado con la llegada del Covid-19.
Recuerdo mi primera impresión al escuchar las noticias sobre una pandemia que estaba haciendo estragos en varios países. Pensé: "No creo que vaya a afectarnos como a ellos". ¡Qué equivocado estaba! Poco a poco vimos como nuestro gobierno comenzó a tomar medidas que al principio parecían drásticas e innecesarias. Muy pronto nos dimos cuenta de que estábamos en una situación nunca antes vista y lo peor, no estábamos preparados para enfrentarla.
Esta pandemia ha cambiado muchas cosas en nuestra sociedad. Ha forzado a muchas comunidades de fe a digitalizar sus servicios, nos ha casi obligado a hacer nuestras diligencias usando la tecnología y más que nada, ha impactado nuestra libertad social al imponer distanciamiento entre las personas que no viven bajo un mismo techo. Esta pandemia ha alterado nuestra forma de vida; al menos por este tiempo.
En todo esto, hay algo que sí me preocupa y que he estado notando en estos últimos meses. Este distanciamiento está enfriando nuestras relaciones interpersonales.
Pareciera que hemos estado tan distanciados durante este tiempo que para muchos, esta es la nueva norma. Mi oración es que esto no suceda en nuestra comunidad de fe. El evangelio tiene un elemento personal que no puede ser sustituido por ninguna herramienta digital. Cuando fuimos obligados a cesar nuestras reuniones personales en Casa de Gracia, vi un desafío muy grande frente a nosotros: Mantener y promover los lazos de amor fraternal en medio del distanciamiento impuesto. Fue un tiempo de grandes retos y ajustes. Creo que también fue un tiempo de crecimiento en algunas áreas en donde quizá no estábamos completamente desarrollados. En fín, este tiempo ha probado lo genuino de nuestro evangelio y es nuestra responsabilidad y llamado continuar nuestro avance como individuos, familia e iglesia. Es por eso que quiero proponer tener cuidado de no ser contagiados por un virus mucho más peligroso que este Covid-19. Un virus que ha tenido presencia en distintos momentos en la historia de la iglesia y que ha afectado grandemente el avance de nuestra causa en cuanto al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. A este virus, lo podemos identificar si analizamos el impacto que ha venido teniendo esta nueva forma de vida en nuestra realidad presente. Yo le llamo el virus de la influencia social. El mundo no puede dictarle a la iglesia nuevos valores de acuerdo a los eventos que van sucediendo. No quiero decir que no cumplamos con lo que las leyes terrenales y las recomendaciones de emergencia proponen. Me refiero más bien a permitir que la situación presente enfríe nuestro calor humano. Somos la iglesia del Señor en la tierra. Estamos llamados a manifestar las inescrutables riquezas de su gracia y es con eso en mente que debemos continuar manifestando la verdad de quienes somos en Cristo. Este virus de la influencia social tiene un antídoto que garantiza una vacuna eficiente. El congregarnos. Hay una gran importancia en el arte de congregarnos como iglesia de Dios que si no es comprendida, nos arriesgamos a ser contagiados por una nueva “realidad” que amenaza con acabar con nuestra cultura eclesiástica. Es en este ámbito, en donde somos edificados como cuerpo. Es en esta atmósfera en donde se promueve el desarrollo de nuestros dones, talentos y habilidades. Es en medio de la congregación de los santos en donde podemos ver a Dios haciendo lo imposible en medio de nuestras necesidades. No pienses que estoy en contra de las familias que han escogido permanecer en sus casas durante este tiempo. Lo que sí no puede ser justificado es que esta pandemia logre ausentarte de tu comunidad de fe al punto que se convierta esto en tu nuevo estilo de vida. Puedes estar ausente físicamente, pero presente en espíritu. Ausente del servicio presencial, pero presente en las actividades digitales. Oro al Señor para que en este tiempo de desafíos, nosotros como iglesia, podamos continuar manifestando nuestro propósito de vida.
Abner Avila
Abner@casadegraciadallas.com
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